por: Julio A Rojas.
26/11/2014.
No
comenzó con el actual gobierno de la Isla la práctica del crimen y culto a la
injusticia ni la práctica del terror por turbas enardecidas, muchos excesos de
esas injusticias tienen sus realidades en nuestra historia. El acoso a los que
disentían en tiempos de la colonia anunciaba los actos de repudio de hoy, a los
que amaban la libertad se les llamaban infidentes. Se realizaban arreglos en
los tribunales para condenar al acusado y existía una gran diferencia entre el
delito supuesto y la pena.
Para
someter la revolución iniciada el 10 de octubre de 1868 en gobierno español
había liberado una campaña de terror en toda la Isla provocando encarcelamientos,
torturas y ejecuciones. El entierro del oficial español Gonzalo de Castañón fue
un estallido de ira de los voluntarios españoles los cuales juraron venganza ante
su tumba en el cementerio Espada.
A
la entrada del cementerio se encontraba el aula donde estudiaban anatomía los
alumnos de la escuela de medicina, había un carro llamado la Lechuza donde se
traían los cadáveres al lugar, el 23 de noviembre de ese año el profesor demoro
la clase, a cuatro estudiantes se les ocurrió montar el carro y dar una vuelta
por la plaza, otro se adentró en el cementerios y arranco una flor… Pasado dos
días se presentó la policía y detuvo a todos los estudiantes de ese primer año
de medicina. Eran más de cuarenta y los acusaban de haber profanado la tumba de
Gonzalo de Castañón, hasta de haber sacado el esqueleto y haber jugado con los
huesos, fueron llevados a la cárcel.
Fermín
Valdés Domínguez, uno de ellos autor de un libro en memoria de sus compañeros
muertos escribió: ¨No sésamos de oír por el camino los insultos de las turbas,
no quiero recordar los apostrofes con los que nos saludaban al pasar¨. Las
autoridades españolas habían instigado al populacho para que se lograra el mayor
castigo. El primer Consejo que los juzgo solamente los condenaba a penas leves.
Con el valor y la gratitud de los cubanos, fueron defendidos por el oficial
español Federico Capdevila.
No
se aceptó el veredicto y organizaron otro tribunal, además de rechazar los
testigos de la defensa y no aceptaron las pruebas que mostraban su total
inocencia, fueron condenados a muerte los cuatro que montaron el carro de los
cadáveres: Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Ángel Laborde y Pascual
Rodríguez; luego a Alonso Alvares de la Campa el que cogió la flor en el
cementerio, su edad 16 años, pero la cuota que reclama la legión de hienas como
las llamaría José Martí era ocho.
Al
azar se añadieron a la lista los nombres de Carlos de la Torre, Eladio González
y Carlos Verdugo, aunque se comprobó que este se encontraba en Matanzas cuando
los hechos, otros españoles además de Capdevila protestaron contra el juicio…
Ya en capilla les dieron a los condenados unos minutos para que escribieran a
sus familiares, fueron fusilados en el Castillo de la Punta, contra la pared
del Barracón de Ingenieros a las 4:20 de la tarde. Martí había sido compañero
en el colegio de Mendive de Anacleto Bermúdez y de Alonzo Alvares de la Campa.
En su destierro en Madrid escribió... ¡Déspota mira aquí
como tu ciego anhelo ansioso contra ti conspira: Mira tú afán y tu impotencia,
y luego ese cadáver que venciste mira. Que murió con un himno en la garganta,
que entre tus brazos mutilado expira y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora; No te pare ni el que gime ni
el que llora: ¡Mata déspota, mata! Para el que muere a tu furor impuro. El
cielo se abre, el mundo se dilata!